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“En presencia de la naturaleza,
una delicia salvaje atraviesa al hombre, a pesar de las penas reales. La
naturaleza dice: él es mi criatura, que sufre por penas irrelevantes, se
alegrara conmigo.” Ralph Waldo Emerson,
1867
Ralph W. Emerson fue un
escritor que hablaba de la naturaleza de una manera única, entre las miles de
contribuciones de la naturaleza a nuestra riqueza física, emocional y
espiritual menciona que gracias a ella podemos expresar ideas y emociones con
una claridad diáfana. Y, cuando el lenguaje se encuentra ligado a la naturaleza
conserva su veracidad, solo cuando nos alejamos de ella podemos expresar ideas erróneas
y distorsionadas.
Que interesante!. Tan solo basta pensar en los dichos
costumbristas para ver cuan cierto es, porque los dichos son siempre una descripción
comparativa con la naturaleza.
La siempre cambiante naturaleza
no cesa de desplegar un espectáculo grandioso y sin igual, algo imposible de
imitar.
Nosotros, los humanos,
espectadores mudos de tanta belleza, cuando nos dignamos a observar, cosa que
ocurre con muy poca frecuencia, porque deambulamos ciegos y sordos por el
planeta, quedamos atónitos. Cuando por fin abrimos los ojos del alma, en ese
instante vemos la danza mágica de la naturaleza y surge la necesidad inocente de
inmortalizar el infinito, la belleza de la Creación.
Inmortalizar el
infinito es el intento de los humanos desde los tiempos mas remotos, un fresco
sobre piedras dentro de una caverna, un cuadro, una fotografía… De cualquier manera, tratamos
de robarnos la belleza del Universo para quedarnos con ella para siempre y, es que nos otorga una inmensa felicidad. Claro, es un intento vano, pero aun así continuamos haciéndolo con la ingenuidad
infantil que aun conservan algunos humanos.
Bueno, si han llegado
hasta aquí leyéndome dirán a que viene todo esto. Y, es que ya hace algún tiempo
hice un sello, lo tallé basándome en una fotografía. El sello lo usé para
imprimír una tela que yo misma había teñido con indigo shibori.
Tal vez les interese
conocer la anécdota, es simple, como todo lo que nos muestra la naturaleza.
Estábamos
volviendo a casa en el auto con mi amiga Carmen, una madrileña increíble con la
cual me une una amistad de mas de dos décadas. Nos detuvimos frente a un semáforo
en rojo, cuando algo guio mi mirada hacia un concierto donde había cientos de
pajaritos posados en el cable de electricidad. Parecían discutir amenamente, talvez planeando
donde pasarían la noche, o talvez hablaban de nosotros, esos humanos enfrascados
en sus autos sellados herméticamente y detenidos arbitrariamente frente a una
luz roja… sabe Dios de que hablaban. Total, es que no pude resistirme a
sacarles una foto con mi celular.
Otra vez se hacia presente el deseo ridículo de querer robar el instante eterno para inmortalizarlo,…talvez porque sentia que era un momento de
felicidad que se disiparía,… estaba sentada junto a mi amiga adorada que había
cruzado un océano solo para verme, un día precioso y una sinfonía de
pajarillos.
Ahi permaneciamos todos juntos en el entarimado, en el escenario que había
montado el universo y al que habia sido invitada y, que solo duraria hasta que el semaforo diera la luz verde.
Aun en las ciudades de
concreto, estériles e inhóspitas, la naturaleza pasa con su pincel y nos
maravilla para alegrarnos porque sufrimos con penas irrelevantes.
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