Sin mucho preambulo, quiero compartir con mis lectores un relato bellisimo y lleno de enseñanzas. Un escrito costumbrista escrito por una persona muy especial en mi vida. Creo que todos lo van a disfrutar y apreciar, es una joya de la literatura y si es que no llega a ser publicado masivamente, no me gustaria que se perdiese en el olvido. Aqui va el relato de mi tio Pepe:
Hondo
José
Andrés Yerga
(a mi abuelo, a mis abuelos, a mis nietos)
El eco
lejano de un cante profundo, de un cante del alma, de un cante jondo, lo había
atraído nuevamente al lugar llamado El Bajo del pueblo. Sitio donde días antes
había obtenido un importante botín.
Así
comenzaba mi abuelo a contarme una antigua leyenda de Fuente de Cantos, su
pueblo natal. La que me relataba cuando yo era niño,… Dicen en Fuente de Cantos…, para que lograra un sueño que “me
hiciera bueno”.
Con su
cante,… dicen en Fuente de Cantos/Si
Peregrinas la vida…, surgían en mi mente escenas tan conmovedoras que
lograban convertirme en uno de sus personajes. Por eso deseo rememorarlas para
ti, como él, recostándose entre ensueños
para imaginarlas, así me las canturreaba al oído:
En ese
terruño,… dicen en Fuente de Cantos… sembrado
de casas blancas típicas de la comarca del sur de España, desde épocas remotas
hacía travesía un camino llamado Vía de la Plata. Calzada recorrida por los
conquistadores romanos, luego por los mozárabes que migraban hacia el norte, y
como ruta de expiación del pueblo gitano en peregrinación a la tumba de
Santiago, en Compostela. …con la daga del dolor…
La voz
del abuelo seguía hilvanando escenas. Y yo veía como…
Con la
mano apoyada en la sevillana y encubierto por el follaje, el malviviente se
había ido aproximando con cautela a la fuente del eco. Ya había dejado atrás la
factoría abandonada, lugar donde habían acampado unos recién migrados, cuando
pudo comprobar que el cantaor caminaba por el sendero rumbo al cementerio del
pueblo.
Con la
sevicia que le enrojecía las pupilas embutidas en dos cuencas cavernosas por
donde escudriñaba el mundo, separadas por un promontorio ajotado que no terminaba
de darle forma a la cara, el pérfido, con ansiosa intriga y cautela, continuó
aproximándose poco a poco al canto hasta que, finalmente, constató que a quien
perseguía era del pueblo romaní. Era un gitano.
La
fronda del cipresal que cercaba el lugar santo, apenas movida por una brisa
turbia se convertía en formas espectrales, que danzando con ritmo lento y
ominoso, teñían de infausto agüero, aquel atardecer lejano.
Un olor
acre a campo de bellotas y cerdos impregnaba el ambiente dotándolo de un peso
fatídico. El escenario acompasaba el andar del que con actitud rapiñosa, figura
abrutada y acechante cautela, se había adueñado nuevamente de aquel paraje.
¿El
motivo? Pagar el precio que fuere necesario con el filo de la blanca para
apropiarse de alguna de las joyas con las que, por costumbre atávica, se
engalanan las almas del pueblo egiptano.
El sol,
que a esa ahora consumaba intención de guardarse, se recostaba sobre el
horizonte. Y los rayos se colaban entre los monumentos de las tumbas, dilatando
las funestas sombras en el ancestral camposanto.
Habían
transcurrido dos días desde que el malviviente llevara a cabo aquel ritual, que
para él ya era un oficio. En aquella ocasión obtuvo un valioso collar que
engalanaba a una gitana. Luego de rapiñarlo lo había ocultado en la faltriquera
hasta alejarse del lugar del atraco. Pero cuando huía, aún a riesgo de ser
identificado, la insaciable necesidad de ostentar, lo había impulsado de tal
modo que terminó por colocárselo en el cuello.
A
diferencia de otros asaltos, en aquella liturgia del culto que hacía tanto
tiempo profesaba, tuvo que comprometer dos veces el filo de la de Albacete. Una
para matar a la zíngara y otra para silenciar definitivamente al niño, que
llamaba con desgarrador espanto a la madre recién muerta.
Mi
abuelo resollaba con la emoción del recuerdo: …que si te hiere la vida.
Pasado
ese episodio, el de roídas entrañas había tenido que resignarse a esperar
porque, durante toda una jornada, los nómades romaníes se habían recluido en
las tiendas, en dolorosa ceremonia de última despedida a las víctimas amadas.
Y
todavía repica como campana la voz de mi abuelo: …que si te hiere la vida…
Al día
siguiente, desde las sombras, había presenciado a los de esa tribu que en
procesión y agobiados, se encaminaban al cementerio con el propósito de
soterrar en lo más profundo, el dolor que guardaban en dos féretros.
La
pequeña y humilde caja blanca era cargada por un calé desconsolado, cuyo pesar
anidado en el interior del cajoncito lo doblegaba de tal forma, que necesitaba
del apoyo de otros condolidos para poder mantenerse en caravana. El llanto
filial del gitano esposo y padre develaba honda pena, sin lograr inmutar la
rutinaria afección del aquel criminal.
Sí, allá lejos y hace tiempo, cuando el
agresor fue un niño, en la tierra natal desde la que él también emigrara,
padeció el martirio de presenciar el asesinato de su madre. Y en aquella hora
aciaga, un ardiente témpano le había suspendido la vibración de aquella cuerda,
cuya música armoniosa lo convertía en humano. Luego, …con la daga del dolor… vivir rodando.
Y
ahora, ya próximo al cañí, comprobó con sorpresa que el eco del cante flamenco
que lo había atraído, era el grito del desgarrado pecho de esa figura, que
había visto en la caravana funeraria. El doliente más que caminar, ya se
arrastraba vencido por esa tristeza honda, honda, tan honda. El cante ancestral
gitano era parte del alma, que con destino desconocido se perdía por el camino
de la pena. …Que si te hiere la vida/con
la daga del dolor...
Ver la
tragedia reflejada en ese luctuoso hombre tampoco conmovió al sedicioso. Por el
contrario, el instinto aguzado por la ansiedad le permitió comprobar, que el
desprevenido cantaor tenía una pulsera, que relucía en la muñeca. Debía ser de
buen metal. De plata.
Entonces,
rápidamente, por la espalda, de una traicionera entrada de la navaja, dejó al
padre gitano tendido sobre el tapiz de hojas que cubrían el lapidado sendero.
Le
resultó fácil. Tomó la pulsera y comenzó
a marcharse. Creyó poner fin al ceremonial mientras disfrutaba con los sentidos
ebrios de embeleso.
Pero de
pronto, la joya de plata llamada “challa”, que lucía en la muñeca, le paralizó
la mano. El collar, que los romaníes llaman “corrallá”, le ciñó el cuello
quitándole el aliento definitivamente. Ese fue el momento en que volvió a
percibir el eco embrujado del cante del zíngaro, cuya letra lo arrojaba por el
sendero de las tumbas hacia donde yacía enterrado el cuerpo del niño.
Así, la
maldición escondida en el eco del canto dolido del caló muerto le revelaba el
poder justiciero. … con la daga...
Y
convertido en cantaor obligado, ahora era él, el maleante, quien entonaba ese
jondo del gitano. Y lo hacía en esa lengua que no había aprendido, que desde
ese momento comprendía y lo sometería para siempre. Como alma en pena sumida en
ese embrujo, buscaría para siempre entre las lápidas el abismo más profundo.
Pasaba
cerca del blanco sepulcro cuando escuchó una música nueva. Canto que, en la
lengua romaní materna y con la pureza propia de un niño, elevaba el alma
inocente del gitanillo, invitando al homicida a dar una postrera muestra de
condición humana. …Con otra copla
replica…
Fue la
blanda tibieza del nuevo cántico, que le recordó al condenado cuando él era
pequeño: aquella época feliz en la que el abuelo de él, le arrullaba el sueño
para “que fuera bueno”.
El
revivir aquellos momentos logró conmover esa fibra íntima, que el dolor sufrido
cuando él era niño había condenado a que permaneciera congelada en el olvido. E
inmediatamente el asesino percibió como un bálsamo tibio que le sanaba el viejo
desgarro, guardado desde que presenciara el homicidio de la madre. Aquella
herida, a partir de la adolescencia, lo había impulsado a que fuera él, quien
empuñara la sevillana del poder.
Entonces,
el violento por voluntad propia, arrojó de sí el resentimiento que lo sometiera
durante tanto tiempo y logró trocar el hechizo del padre gitano por el mensaje
magnánimo del pequeño. Como último gesto de humanidad, su espíritu,
reconciliado consigo mismo, se irguió entre las sepulturas y peregrinará
arrepintiendo siglos, por el que actualmente llamamos Camino de Santiago.
Ahora,
esa alma asiste al caminante de la vida, entonando jondos. …Cual bálsamo…
Así mi
abuelo daba fin a la leyenda. Pero como yo la ensoñara aún despierto, percibía
que él, al que hoy tanto extraño, la concluía arrullándome con estas silentes
estrofas:
Dicen en Fuente de Cantos
que si vas de penitente
por la vía de la plata
y escuchas al cantaor
con otro canto replica.
Hazle el favor, házmelo.
Pero que tu copla sea
una promesa de amor
Dice la fuente de cantos
del pueblo en hondo cantar:
Que si caminas sediento
en busca de algún amor
o si te hiere la vida
con la daga del dolor,
deja que el jondo te cante.
Hazte el favor, háztelo.
Cual bálsamo para el alma
profundo canto interior
afable tu copla sea,
honda promesa de amor.
Hazme el favor.
Háztelo.
Puente Romano. Merida, España
www.shogozenart.com
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