Talvez uno de los
momentos más emocionantes de mi estadía en Japón, fue cuando tuvimos la
oportunidad de visitar el estudio de Mr. Noguchi en Hachioji.
Pese a ser un
maestro de seis generaciones, experto en Índigo Shibori and Katazome, su
estudio carece de lujos ni pretensiones, se encuentra en una calle de tierra y, existe
solo un cartel con grandes letras en japones en su puerta de entrada que delata
la presencia de su taller. La estancia es simple y austera, con piso de tierra
apisonada.
En la primera sala se encuentran unas 14 vasijas de 150 años, enterradas en la
tierra que contienen el índigo, cada una con diferente cantidad de pigmento. Lo
que permite obtener un teñido de un índigo casi
negro hasta un tono de azul más suave.
Todo en su taller esta cubierto de una fina capa blanca de polvo y, esta repleto de herramientas, palos de bambú, pinceles, baldes y piletas donde
lavar, un viejo lavarropas, una máquina para extraer la soya y, una gran colección
de katagami o stencils.
Los katagami son plantillas o stencil de papel de arroz recubiertos con el jugo
de la fruta del caqui, que convierte el papel en casi indestructible.
Un gran patio separa la
segunda parte del taller, un lugar que contiene unas maderas sobre las que se
colocan las telas a imprimir con el katazome. Allí es donde Mr. Noguchi después de preparar las
maderas extendió las telas de 10 metros de largo para aplicar el Katazome (una
pasta hecha a base de harina de arroz) usando los katagami (stencil o plantillas), que tiene como finalidad bloquear y no permitir el acceso del indigo a la tela debajo de la pasta de arroz.
Ver a Mr. Noguchi, un
verdadero maestro del arte del katazome en acción, fue algo indescriptible. Con
la habilidad que solo se consigue durante décadas de trabajo refinado, Mr. Noguchi dispuso el katagami y comenzó
a cubrirlo con katazome, para luego levantar el stencil y repetir el proceso
una y otra vez, hasta cubrir toda la tela con el diseño del katagami. Cubiertos
los 10 metros de tela, levanto sobre su hombro la madera y la llevo afuera al
sol para que el katazome se secara.
A continuación, seria
nuestro privilegio trabajar con sus stencils y herramientas para hacer nuestras
propias creaciones de katazome.
En varias tablas cubiertas con telas comenzamos
a extender la pasta de arroz, que Mr. Noguchi luego expondría al sol.
Una vez seca la pasta
de arroz, las telas fueron separadas de los tablones que las sostenían muy tensas
y, cortadas en secciones. A las telas, para mantenerlas estiradas y así evitar
que se quiebre o dañe la pasta de katazome les colocamos los shinshin (unos
palillos de bambú con puntas diminutas de metal), y comenzamos el proceso de
sumergirlas en las tinas de índigo.
Algunas de las telas fueron sumergidas en
un índigo muy oscuro cuidadosamente para evitar que la pasta de arroz se desprenda,
otros en índigos mas claros. Las telas fueron sumergidas 2 minutos y luego
colgadas en unos palos larguísimos de bambú por 4 o 5 minutos para que ocurra el proceso de oxidación que produce ese azul intenso tipico del índigo.
Teñir y oxidar es un
proceso que lleva mucho tiempo porque generalmente las telas son sumergidas
hasta 10 veces o mas y entre medio hay que permitir la oxidación del indigo. Valga aclarar
que cuando se tiñen las telas con el katazome, para evitar que la pasta de arroz se
diluya, los baños de índigo no son tantos, con 3 o 4 veces es suficiente.
Cuando estuvimos
satisfechos con el tono de nuestras telas llego la hora de lavarlas y
suavemente desprender la pasta de katazome. Nuestro profesor Bryan Whitehead, nos
mostro como remover la pasta de katazome de algunas telas con una escobilla
dura, de esa manera los diseños debajo del katazome no quedan totalmente blancos
sino teñidos levemente por los pigmentos del índigo.
Mr. Noguchi preparo leche de soya,
la mezclo con hollin y con esa mezcla, Bryan usando una brocha especial pinto 10 metros
de tela sin teñir. Esa tela quedo con un color plateado.
No es mi intensión
aburrirlos con demasiados detalles técnicos, simplemente contarles a grandes
pincelas un día en el taller de un maestro. Mr. Noguchi es un señor de edad
avanzada, bajito de estatura que camina un poco encorvado, y balbucea frases en
japones algo malhumorado y taciturno.
Al anochecer, Mr. Noguchi nos despidió con una bonita sonrisa, probablemente se sentia feliz de ver que los invasores extranjeros
finalmente abandonaban su sagrado templo del índigo.
Habíamos pasado un día
inolvidable en su estudio, viendo en acción a uno de los grandes maestros
japoneses que nos mostraba, con su típica humildad secretos que
no figuran en ningún texto.
Salimos de allí envueltos
en una nube de inspiración y como era hora de cenar nos fuimos a un diminuto
restaurante en el centro de Hachioji.
Alli, sentados directamente frente a una
plancha de metal caliente dos cocineros nos prepararon una especie de panqueque abierto en el que iban encimando ingredientes hasta
convertirlo en una deliciosa montaña de comida.
Para Bryan Whitehead, toda mi gratitud por el regalo de un día entero aprendiendo con el gran
maestro del Índigo Shibori y Katazome, Mr. Noguchi, una verdadera leyenda viviente.
Tremendamente interesante....
ResponderBorrarGracias.
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